LOS 7
PECADOS CAPITALES DE LOS AJEDRECEROS.
Hace unos años,
Jonathan Rowson publicaba un magnífico libro de ajedrez titulado Los siete pecados capitales en ajedrez,
y cuya lectura recomiendo. He aquí una adaptación libre de los pecados
capitales, pero no de los errores que cometemos en las 64 casillas, sino fuera
de ellas, los errores de jugadores aficionados.
No obstante,
antes de comenzar querría aclarar dos aspectos. En primer lugar, en este
artículo me represento nada más que a mi mismo, es decir, no hablo en nombre
del club. En segundo lugar, utilizo el término ajedrecero en lugar de
ajedrecista, por considerar que nos define mejor a todos. Me explico, seguro
que a casi todos nos gusta el fútbol, e incluso de cuando en cuando hemos jugado un partidito, pero ¿somos por
eso futbolistas? No me lío más, empezamos:
1. La lujuria: sí, compañeros de club y/o de afición. El aficionado al ajedrez es
un tipo lujurioso, a diferencia de otros aficionados como los del fútbol.
Ellos, pobrecitos, no tienen pareja sentimental y se ven abocados a estar las
tardes de sábado y domingo en el bar viendo partidos. Nosotros, por nuestro
pecado, somos incapaces de dejar nueve sábados al año a nuestras parejas para
jugar el provincial.
2. La pereza: a diferencia de los aficionados a otro juego-deporte, nosotros
somos los únicos que tenemos carretera de por medio para la práctica de nuestro
juego-deporte preferido. El aficionado al esquí tiene la suerte de vivir justo
al lado de una pista y nunca tienen que coger un vehículo para desplazarse. Lo
mismo les sucede a los aficionados a la música, qué suerte tienen. Siempre
llega su cantante favorito a la puerta de su casa a dar un concierto. ¡Claro!
Ellos no padecen la pereza por eso. Nosotros, en cambio, condenados a hacer
kilómetros nueve días al año.
3. La gula: el ajedrecero es, a diferencia de aficionados a otros menesteres,
presa fácil de la gula. Siempre tenemos la tentación en nuestro entorno más
cercano. ¿Quiere usted que un ajedrecero se aleje de un tablero de juego?
Fácil, no tiene más que referirle la existencia de una barbacoa o equivalente
en casa de no sé quien, para que aquel sucumba a ello, y adiós al provincial, porque tengo un cumpleaños,
una reunión, etc. Trate usted de hacer lo mismo con un costalero de la Macarena
el día que debe sacar el paso. O con un aficionado a la Semana Santa en
general. Pero claro, ellos no tienen gula.
4. La ira: entono el mea culpa. Me gusta muy poco perder, aunque intento que
no se me note, pero eso (disimular) también lo hago fatal. Declaro mi
admiración sincera por todos aquellos jugadores, sin importar su nivel, que al
acabar derrotados, no sólo tienden la mano a su rival (eso lo hacemos todos),
sino que además el gesto viene acompañado de una sonrisa sincera. Pero los ajedreceros,
esporádicamente incurrimos en ello, siempre detrás de una derrota, nunca
después de un mal juego si hemos conseguido resultado. Y claro, el remedio para
tanto dolor es no exponerse a la tentación. Y entonamos el: en no jugando, no enfadando.
5. La envidia: ¿Cuánto elo tiene mi rival? Pregunta típica de los niños… y no tan
niños. Illo, pues no sé cómo puede tener
tanto elo tu rival si jugó fatal. O, iba bien en el torneo, pero no tuve
suerte con los emparejamientos. O, el mi
niño o mi niña es muy bueno, lo que pasa es que juega cuando quiere.
6. La avaricia: este
pecado nos lleva a querer ganar siempre, porque lo que importa es el resultado.
Los niños ajedreceros comienzan terminando sus partidas con una sonrisa de
oreja a oreja cuando su rival, después de una buena partida se equivoca y les
ahoga. No les importa haber jugado fatal, les reconforta haberse escapado de la
quema. Son niños y es comprensible. Para eso están los adultos, para
reconducirles. Pero esta actitud avariciosa, maquiavélica, también se da de
sobremanera entre los ajedreceros. ¿Cuántos de vosotros habéis llamado a un
equipo rival de un partido de fútbol sala para decirles que si no les importa
dejar el partidito en empate porque os viene mal jugar ese día? Seguro que
nunca (lujuria mediante).
7. Soberbia: feo pecado este, en el que incurrimos los ajedreceros. Cuando
ganamos sólo hay una explicación: somos muy buenos. Cuando perdemos, sin
embargo, son casi infinitas: salud, falta de forma, asuntos personales, yo
estaba mejor, apuros de tiempo. En ocasiones, en los ajedreceros fuertes se
manifiesta dicho pecado de un modo específico, a la que les sale mal un par de
partidas, como su objetivo no es jugar el torneo, sino ganarlo, lo dejan.
Particularmente si hay carretera de por medio, entonces opera el pecado 2.
¿Y si nos
relajásemos todos y nos centrásemos en poner como objetivo jugar? Jugar y
sentir orgullo por una afición que nos sirviese de punto de encuentro y que nos
movilizase igual, con el mismo entusiasmo con el que otras aficiones logran
movilizar a su seguidores (dejando a un lado la lujuria, que quede claro), a
quienes no parece importarles ni la distancia, ni el esfuerzo, ni el dinero, ni
el tiempo. Ahí lo dejo.
Yo peco de casi todos pero el que más me arruina mi conciencia es el quinto, la envidia. Pero no en el juego no. La envidia la siento cuando leo esta magnífica reflexión en el blog del club amigo, y sin embargo rival. Me encantó y me gustaría compartirla en el de mi Peña. ¿Es posible?. Abrazos cordiales a todos los gambiteros.
ResponderEliminarGran artículo si señor, el cual secundo en su totalidad
ResponderEliminarQuerido Miguel Ángel. ¡Por supuesto que puedes compartirlo en tu (nuestra Peña). Para ello basta con abonar el copyright en mi cuenta. Es broma, hombre. Basta con que llames al 902 555 555. Un abrazo.
ResponderEliminarExcelente artículo de Fernando. Me ha encantado leerlo.
ResponderEliminarDa gusto leer tus cosas. Un abrazo.
ResponderEliminarLos Padres de la Iglesia consideraban que los pecados capitales eran ocho, puesto que a la lista conocida de los siete (que tan sabiamente ha reseñado Fernando), añadían el de la tristeza. En nuestro medio, la tristeza se manifiesta en aquellos jugadores/as jóvenes que siempre hacen la misma apertura, el mismo esquema, venga o no venga a cuento, porque alguien se lo ha enseñado así y parece que van a incurrir en excomunión si juegan cualquier otra cosa. No obstante, en el siglo XIII Tomas de Aquino se esforzó en demostrar que la tristeza es una variante de la pereza (por lo menos, así lo veía él) y la lista quedó ya definitivamente en siete. De la pereza ya ha hablado con mucha propiedad Fernando.
ResponderEliminarMuy ilustrativo artículo, fiel reflejo de la realidad que vivimos en el Ajedrez
ResponderEliminarGenio y figura Fernando. Siento envidia por cómo escribe y su afinadísimo sentido del humor y la crítica.
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